Comienzo por ahí, por el nombre. XXXXXXXX. Está sentada, así. Todo se juega ahí y así. Con ella no se deja de jugar. Es una niña, una niña caprichosa a la que hay que decirle que sí. Que sí, dije. Su juego circular, me gusta tanto. Me gustás tanto. No deja de perderse en el sinsentido de mañana, y desde allí me hace venir. Me hace venir sobre ella. Acabar es la palabra. Acabo en ella y vuelvo a empezar. Un ir y venir sobre lo mismo. Ahí y así. Su cara, así, riendo y llorando. De un momento al otro. Ir y venir. Y yo vuelvo a venir. Vengo sobre ella y me dice que no. Que ahora no. Juega, pero ya conozco su juego. Y yo que sí. Que sí... Acabar.... cabar.... cavar sobre ella, buscando impaciente un grito. Pero no el grito que uno podría escuchar aquí o allá. El grito del no-grito. Un grito que no grita. Quiero escuchar ese grito. Voy a escuchar el grito y a mojarla: en el rostro.

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