A Verúnica.
Luego de correr la cortina espesa, la vislumbró suspendida de un hilo, única. Esta noche la luna se erigía como un elefante gigante, parecía que nunca había estado tan cerca de un hombre, tanto que, sin siquiera abrir la ventana, ella pudo tomarla en sus manos y guardarla en el lugar más recóndito del cuarto, un cajón de su rancia cómoda. Allí estaban atesoradas todas aquellas suaves y tiernas notas que demoraba en redimir cuando se disponía frente al piano. Estaba tan encantada con ellas que se detenía con cada una y, mirándolas dulcemente con una sonrisa enorme, las llevaba junto a su pecho y las abrazaba por un largo tiempo. Luego, lentamente, iba desprendiéndose de ellas y, arrojándolas hacia arriba, comenzaban a flotar por toda la habitación. Sus hermosas alas violáceas volvían a iluminar la noche (de mi alma).
Luego de correr la cortina espesa, la vislumbró suspendida de un hilo, única. Esta noche la luna se erigía como un elefante gigante, parecía que nunca había estado tan cerca de un hombre, tanto que, sin siquiera abrir la ventana, ella pudo tomarla en sus manos y guardarla en el lugar más recóndito del cuarto, un cajón de su rancia cómoda. Allí estaban atesoradas todas aquellas suaves y tiernas notas que demoraba en redimir cuando se disponía frente al piano. Estaba tan encantada con ellas que se detenía con cada una y, mirándolas dulcemente con una sonrisa enorme, las llevaba junto a su pecho y las abrazaba por un largo tiempo. Luego, lentamente, iba desprendiéndose de ellas y, arrojándolas hacia arriba, comenzaban a flotar por toda la habitación. Sus hermosas alas violáceas volvían a iluminar la noche (de mi alma).

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