martes, octubre 18, 2005

Embelesado por aquella orilla desierta en la que se encontraba ahora, y mirando obnubilado el agua calma que mojaba sus pies descalzos, supo que el mar no existía, que era un simple reflejo del cielo que se proclamaba infinito y que, si se decidía, podría avanzar sobre él ya que al fin era sólo un inmenso espejismo. Así, avanzó caminando con pasos firmes sobre espumas marinas que, pensaba él, no serían más que bandadas de nubes agazapadas por ir vaya uno a saber dónde. El tiempo se escurría y, enroscándose con su figura, se marchaba por última vez. Cuánto miedo, caminar por lugares todavía no transitados, hacerlo a ciegas, abriéndose paso entre lo perdido, lo impalpable, lo aún no encontrado. Los despojos de la humanidad se troquelan de ese modo, en un intento desesperado por resurgir desde lo recóndito de la tierra. Retumban, nuevamente, los pasos de un animal extinto.