sábado, abril 15, 2006

Prefacio para una novela en curso.

Escribir es una jactancia, y toda jactancia oculta detrás de sí un duelo. En la escritura, el duelo se despliega entre dos fuerzas que se confrontan, se abrazan y luego se apartan para volver a estrecharse. Sería difícil decir que no hay dos modos de escribir, uno transido por la soledad y otro por el amor, pero prefiero imaginar que hay una potencia que subyace a toda escritura y que es la misma condición de posibilidad de cualquier duelo y cualquier palabra. Me atrevo a decir más, es ella misma la que nos enfrenta a la posibilidad de figurarse el amor y decir algo tan sutil y a la vez tan común como “te amo”. No es otra que ella la que nos deja sin aliento ante la nada, y la que nos impulsa a hablar del vacío. A esa potencia la llamaré desmesura.

Debo confesar, de algún modo, que esta nouvelle, que no es cualquiera, sino la primera, soporta en su superficie esta inevitable tensión que está a la base de cualquier escritura: la del amor y el hastío. Pero también hemos dicho que ella reposa sobre cierta hybris fundamental. En esta ocasión no he podido desocultarla, y es algo que me reservo para más adelante. Debo admitirlo de una vez, estas páginas comportan en su seno cierta superficialidad, y que una primera escritura sea superficial no debería sorprender a nadie, pero era necesario advertirlo.