Cuánto cuesta ser niño, pero cuánto ser adulto. Lo improbable del pasaje, de ese límite que existe pero a la vez no, se resume en lo difuso del momento en que irrumpe una verdad. Nadie nos la dice pero, al mismo tiempo, la oímos por todos lados.
jueves, junio 29, 2006
domingo, junio 25, 2006
Nunca lo miré tanto. El mar está ahí, al alcance de la mano y, sin embargo, nunca. En el balcón, todo transpirado, después de tanto mover cosas de aquí para allá, encontré el sitio indicado para descansar. Mi espalda recostada contra la inmensa pared (que no hacía más que respirar salitre) ya no sentía frío, aunque el viento no había mermado ni un ápice. Y allí desde el piso veía entre las maderas de la baranda cómo crecía enorme y manso. Hacía años que no iba a la costa en invierno, pero junio creo que es un mes especialmente singular. No hay nadie y, en la ausencia, uno vuelve la cabeza hacia el mar, tal vez buscando algo. Siempre estamos en la búsqueda, aunque en general no hallemos nada. Y sin embargo, ahí estaba él, espejado y, a la vez, espumoso, aunque suene paradójico. ¿Cómo pudo ser que todo este tiempo haya sido algo más? En ese mar, y temo decir en el mar porque dudo que en lo próximo se muestre, apareció.
