Ya no es la tristeza cuyas páginas leímos una y otra vez. Su caligrafía es ahora enigmática, mientras su trazo ajado marchita las caras frescas y adolescentes de nuestro espíritu en la extensión de su permanente necesidad por asirla. De uno u otro modo es un problema más de comprensión o, lo que es lo mismo, de la imposibilidad absoluta del conocimiento. Pero en este costado del saber, o mejor, del no saber, uno se juega la misma vida. Y releemos otra vez, ahora sí, que la vida es juego.

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