domingo, agosto 14, 2005

Extendió los brazos ampliamente, tanto que su torso parecía abrirse al abismo de un mar enardecido. Como si fuera al encuentro de un soplo divino, se crucificaba ante nosotros y no dejaba de sonreír. Fingiendo someterse a los límites de algún criterio, dijo: “ésta es mi medida”.