lunes, marzo 27, 2006

Conceptos a desarrollarse en lo sucesivo.
Cabe preguntarse por el temor, por el resto de lo innominado y, en el límite, por lo puro. Como si el residuo de lo exterior confluyera, en un punto, con lo bello de la pureza. Residuo y belleza como dos monedas de una misma cara, o dos caras de mil monedas: monstruosas y, a un tiempo, angelicales.

domingo, marzo 26, 2006

Me están desarmando de a poco. Anoche perdí el guardabarro y ahora no sé qué hacer con el fango. ¿No quedará otra más que tragármelo todo junto? ¿Y si después vomito? ¿Y si vomito arriba tuyo?

miércoles, marzo 22, 2006

...................................... A Luciano

Me he (han?) derrumbado.
Arrumbado
y olvidado.

Bajo llave,
como a un célebre
general
ísimo

¿Particularismo?

Inventaríame
de
bajo

(cabe-con)
cabezón
cora-zón

Inventaríame,
en lo
lindante



corazón
zon-zón

lunes, marzo 20, 2006

Péndulo. Juega el péndulo sin dejarme jugar a mí, escondiéndose. Comprimo mi pecho con toda mi fuerza, lo contemplo desde abajo, pero él se mantiene imperturbable. Se balancea con seguridad, señalando -sin ambigüedad- parajes opuestos ¿Acaso podría yo detenerlo con mi respiración? Es él quien juega conmigo, juega sobre mí. Con mis manos, sobre mi cabeza.

miércoles, marzo 01, 2006

Me he zambullido en una contienda de animales irascibles. Nunca había presenciado nada igual en el recodo de mi voluntad, pero ahí están ellos… enmarañados no dejan de extrañarme. ¿Qué puedo hacer yo, aquí, tan ajeno a todo aquello que allí sucede? Ni siquiera puedo concebir del todo qué es lo que está en disputa, tampoco sé si al cabo de la lucha alguno se abalanzará sobre mí. Por lo pronto estoy expectante, a la espera de una señal: daré batalla.
Estamos sobre un glaciar, depende de nosotros empezar a caminar sobre la superficie helada que está a nuestro alrededor. Supongamos que se deslizara ante mis ojos, en este momento, toda la tropa de incendiarios que me hostiga en mi palacio, ¿qué quedaría de todo esto? En el fondo lo que me reunió allí fue un cálido frío que renegaba de todo lo demás. Eso fue lo que deslumbró, la posibilidad de encontrar finalmente un remanso. Allí no es posible desear el fuego, ni imaginarlo. Hay algo que excede la poesía en todo eso, algo que las letras no pueden desandar con su aliento. La poesía respira de un modo hueco, más bien seco, que propicia un fuego que uno es llamado a alimentar con yesca o leña. Así, el paso de poeta a incendiario es tan corto como el trino de una campana. Allí, en cambio, se da paso a una espera húmeda que aletarga la marcha y los impulsos. Sigue en pie el llamado, pero ahora se alza como un perfume fresco que suspira porque nademos hasta la otra orilla, para luego regresar. Para luego siempre regresar.