La desesperación se apoderó de ella, entregándome toda su vida en un decir que no acababa. Empecé a hablar con otra voz, una voz suave y silenciosa que la cuidaba. Me apasioné más que nunca por guardarla en mí para preservarla en su infancia, porque nuestras voces fueran marchándose de a poco y que, de pronto, nos encontráramos mudos. Voluntad de alcanzar, para siempre, un tipo de afonía que desgarre el cordón que nos une al mundo.

<< Home