Que seamos tres, cuatro. Dos hombres, dos mujeres. Mejor: una mujer, dos hombres. Pero no cualquier mujer, esa mujer y dos hombres. Élla. Tampoco podría ser cualquier hombre. El cuento no se escribe en un arranque de fiebre alborotada, tampoco consiste en cumplir fantasías. Lejanos de cualquier fantasía, lejanos del último hombre y de sus reproches, nos limitaremos a rozar la tersura de la seda con el goce de la mano para, luego, alejarnos sin decir.

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