domingo, agosto 28, 2005

Desde aquí me vi desnudo, allá. Los sueños que me envolvieron anoche, hoy me dejan tendido en aquella cama y me contemplo desde cerca. Veo cómo me acaricia, cómo me toca. Siento sus suaves dedos sobre mi pecho, mi rostro, mi barba. Ella me dice algo, escucho que me habla, pero la voz es tenue y se apaga lentamente como una llama. Me apago junto con ella, como una débil llama. Pero también estoy acá, descubriéndome agonizante. Me muero y, a un tiempo, me veo morir. El dolor se multiplica y, en su argucia, se vuelve sofocante.

viernes, agosto 26, 2005

En el cuarto contiguo se deshace una delicada figura, callada y consumida en un lamento infinito. Las paredes juegan en ronda, y cayendo perpetuamente sobre ella, al ritmo del dolor inacabable, los gritos la desgarran en silencio. Sangre oscura, profundamente azulada, desborda de mis costados. En su goteo sin fin se viste de colores y baila, burlona. Dulce es mi sangre, tan dulcemente amarga.
Pasar y que las cosas sigan igual, siempre. Sabemos que no puede ser de ese modo, pero también hay muchas dudas. ¿Cómo, por dónde? Silencio. Todos sentimos miedo. Si pensamos en los equívocos, en que podemos equivocarnos... es difícil. Caer en lo mismo una y otra vez. No es caer... dirá alguno por allí. Hay algo de elevado en ello. Otro responderá que no es elevado en absoluto, que es miserable. Ese otro soy yo mismo, que hoy me soy ajeno. Debemos enajenarnos, revelarnos contra nosotros y ser más que nosotros. Ser otros. La pregunta es siempre la misma, ¿por dónde comenzar aquella tarea imposible?

lunes, agosto 22, 2005

“Los clásicos murieron en la guerra. Figuran entre nuestras víctimas de guerra. Si es cierto que hubo soldados que marcharon al frente llevando el Fausto en la mochila, también es cierto que los que volvieron de la guerra ya no los traían”.
Bertolt Brecht, Escritos sobre teatro.
Filosofía. Provocar y esperar que, como un rayo, suceda. En la contigüidad de la calma, un espacio. Un surco que abre un barranco y nos deja levantando las cejas. ¿Qué más en la vida que fruncir el ceño para que alguien roce sus surcos con los dedos? Levantar las cejas y esperar que alguien nos acaricie la frente, ¿qué otra cosa es la filosofía?

domingo, agosto 21, 2005

El sonido sonó como una luz. Quiero pensar en lo que no puede escucharse, en aquello de lo que podemos hablar (para nosotros), pero que no podemos escuchar de la boca de otros. Ante eso que no podemos de dejar de decir “no” cuando se presenta, ante eso quiero situar mi pensamiento, hoy.

De la nada se me aparecieron dos hombres, desconocidos. Me hablaron de cosas que no quería escuchar. De mi madre, de sus vidas, de su dinero. Quise perderme atrás de un baúl y entrar en lo que ellos llaman el perdón de la mentira. Porque uno suele mentir y eso lo deja en un baúl. Un baúl que se llena de borrasca y suena a calor. Un calor que pudre. Entonces se arma algo que se llama vida, la vida de un baúl que se miente y nos miente. Los soldados comen del baúl, se hacen fuertes desde el baúl. El baúl de la vida que los come y los escupe. El vómito crece desde el ser soldado y nos vomita a nosotros, los no soldados. No somos soldados por el asco que nos da empuñar la pija. La pija de la pija. Esa es la gran pija que se hace desdeñable por ser la pija con p mayuscula. El destino se nos cuela por el culo y nos dice que la pija se hace culo y nos desflora. Dejemos de joder con la pija. La pija es tan grande como la vida y el baúl no deja de llenar la pija y la vida. Nos llena el culo de pijas. Nos cogen los soldados, y gozamos.

lunes, agosto 15, 2005

No sirvo para calcular el tiempo. Siempre llego tarde a todos lados, esa noche no era la excepción. Ya estaban los cinco cuando llegué y, sin embargo, no habían comenzado. Saludé a todos muy rápido, me saqué el sobretodo y fui al baño. Mirándome frente al espejo, me preguntaba qué hacía ahí. Por más importante que fuera lo que se discutiera esa noche, no podía seguir corriendo el riesgo. En el momento que salía, Paula retuvo la puerta. Me abrazó fuerte y me dijo al oído:
- Luciano se enteró.
- ¿Quién fue? – le susurré.
- Creo que Javier.
Me dirigí a la mesa como si nada, y mirando todo el tiempo la mano de Luciano, que no dejaba de jugar con su vaso, me senté. Tardé dos o tres minutos en enfrentar la dureza de su mirada, mientras pensaba, por primera vez, que al fin y al cabo no era tan grave el asunto. Él sabía y todavía no me había dicho nada. ¿O especularía con que yo sabía que él sabía? Sin dudas, el que no dejaba de especular era yo.
Mientras tanto, Javier hablaba risueñamente sobre cierto concepto que se prefiguraba en Nietzsche pero que no había sido desarrollado hasta sus últimas consecuencias: la voluntad de poner. Paula, que acababa de llegar del baño, se reía desproporcionadamente, como si tratara de olvidarse de lo que pasaba. Poner bombas era en lo único que yo pensaba. No quedaba otra. Discutimos hora y media sobre la situación.
No quería quedarme sólo con Luciano, por eso fui el primero en levantarse. Le dije a Paula que fuera a abrirme, que me esperaban. Ella me sonrió de un modo muy particular, tanto que no sabría si fue un gesto cómplice o de reprobación. Yo ya lo había decidido, no quería quedarme ni un minuto más allí. Saludé de un modo general, me puse la gorra y salí.
Hacía frío, las madrugadas de invierno en Buenos Aires son crudas. Caminaba sin pensar en nada. El aire fresco me daba ímpetu para que caminara más rápido, y, en efecto, apuré el paso.

domingo, agosto 14, 2005

Extendió los brazos ampliamente, tanto que su torso parecía abrirse al abismo de un mar enardecido. Como si fuera al encuentro de un soplo divino, se crucificaba ante nosotros y no dejaba de sonreír. Fingiendo someterse a los límites de algún criterio, dijo: “ésta es mi medida”.
Necesito aire. El margen de un límite se acerca, estoy impaciente. Hay un cúmulo de ecos que hoy yerran por la habitación, sin ser invitados. Sin ser dados. Porque un eco es dado y es devuelto, sin vueltas. Aquí hay vueltas, extraños giros de los ecos que aparecen de repente, sin ser llamados. Escucho atento el reloj, son las cuatro de la tarde. Tendría tiempo de llegar si me apurara, pero ya es tarde: es tarde en la vida, es tarde en nuestra vida. La vida nos dejó solos y no puedo dejar de meditar en cómo eso pudo pasar. Es difícil imaginar cómo. Escucho la voz de una nena que me dice que no hay salida. Que hubo escapatorias, que ella las vio. -¿Por qué me decís esto recién ahora? -Porque el llanto no me dejaba hablar. Es tan tarde en nuestra vida que ya son las tres de la mañana, las cuatro.

sábado, agosto 13, 2005

Continencia, incontinencia. Consumación de lo que no puede confesarse. No públicamente. Él siempre volvió sobre sí, resguardándose. Y ahora está afuera, sólo, en la tormenta.

El sueño consiste en lo siguiente. Se levanta, deja la cama y se pierde tras de sí. Caminándose, la cama no se pierde. Queda allí, detrás, aunque no la vea... sabe que está ahí, esperándolo. Hoy la calle tiene algo nuevo que permanece detrás y que todos pueden ver. La cama, tal vez desenfocada, desencajada, pero ahí detrás. Algo la retiene detrás de él, algo que sobrepasa la fuerza de cualquier nudo. Pero el sentimiento es el mismo. Encadenado, estoy encadenado a ella.
El cuerpo, el sabor sórdido de un cuerpo profundo, un cuerpo tumultuoso. Un cuerpo que se desprende de sí (para adentro y para afuera) en dos, en tres. Purga. El cuerpo exuda, se desenfunda y se entrega: sin decir, sin murmurar. Cuerpo que se corta y se evade. Se evade para enfundarse nuevamente y partir. Y la sangre no deja de correr.

viernes, agosto 12, 2005

Comienzo por ahí, por el nombre. XXXXXXXX. Está sentada, así. Todo se juega ahí y así. Con ella no se deja de jugar. Es una niña, una niña caprichosa a la que hay que decirle que sí. Que sí, dije. Su juego circular, me gusta tanto. Me gustás tanto. No deja de perderse en el sinsentido de mañana, y desde allí me hace venir. Me hace venir sobre ella. Acabar es la palabra. Acabo en ella y vuelvo a empezar. Un ir y venir sobre lo mismo. Ahí y así. Su cara, así, riendo y llorando. De un momento al otro. Ir y venir. Y yo vuelvo a venir. Vengo sobre ella y me dice que no. Que ahora no. Juega, pero ya conozco su juego. Y yo que sí. Que sí... Acabar.... cabar.... cavar sobre ella, buscando impaciente un grito. Pero no el grito que uno podría escuchar aquí o allá. El grito del no-grito. Un grito que no grita. Quiero escuchar ese grito. Voy a escuchar el grito y a mojarla: en el rostro.